07 Jan
07Jan

Las risas de Michael me acompañaron hasta la puerta de mi habitación, atravesé la puerta, me tumbé en la cama (Ese es el acto de mayor peligro que existe, en mi cama puede a ver cualquier cantidad de cosas extrañas, colores, marcadores, tijeras, monedas, ropa limpia, ropa sucia, comida, caramelos, un ordenador, los audífonos, los controles del televisor y del dvd, bolsas, paquetes, cajas, y en este caso por la temporada invernal medicamentos, mi inhalador que no lo había visto en todo el año, pero en este mes lo gasté completamente, pastillas y un termo de agua) En realidad, sea la cama que sea que tenga, siempre me las arreglo para tener todo cerca, me hice un espacio pequeño para dormir, me arropé. Mañana no existía, tenía diez horas para salvar el mundo. No dormí nada. Siempre es la misma historia cada que te toca una cita con el gobierno francés, es como si nunca pudieras dormir bien siendo extranjero, no sé como explicarlo exactamente, pero como siempre voy a hablar es de: Lo que yo veo, lo que yo vivo, lo que yo pienso, porque no creo en nada más. A ver, a ver... en el momento en el que estás entre dormirte y estar despierto en ese limbo inconsciente, te pasan por la mente todas las probabilidades que tuviste en el día, es decir los pensamientos que se te pasaron por la cabeza cuando estabas cogiendo el metro, después los que tuviste cuando estabas escogiendo el papel higiénico en el supermercado, después, los pensamientos que tuviste cuando miraste los mensajes de whatsapp, después, el pensamiento que tuviste cuando ibas caminando solo y mirabas el cielo, después, el pensamiento que tuviste al abrir el agua caliente, después, el que tuviste cuando lavaste los platos, después, el que tuviste cuando Michael te hizo reír y te propuso jugar uno después de cenar. Eso no es dormir. Yo sigo pensando, pienso y pienso y pienso continuamente. Nunca puedo parar de pensar en probabilidades. Es así como se siente el pensamiento cuando estás viviendo en otro país, es un océano y nada puede detenerlo, esta en constante movimiento, leves, fuertes, profundos, superficiales olas unas tras de otra, o todas al mismo tiempo. Resumiendo, me levanté lo mejor que pude, caminé entre el frío helado y la brisa horrible que solo puede tener el mes de diciembre, yo no me iba a cansar mientras caminaba, yo me había levantado cansada, no dormí bien. Llegué. Mil estudiantes extranjeros, todos con caras de me quiero morir y no pudimos dormir bien, si, todos con sus acentos torcidos a causa de esta lengua que es más difícil de dominar que encontrar un colibrí en el desierto del Sahara. La vida de mierda que nos toca es increíble, y todos son bien ariscos, indiferentes y engreídos. Los extranjeros no son amigables como regla general, y si lo son o es por coquetear o porque necesitan algo de ti. Escribimos todos los nombres en una lista de 15 personas, los 15 que se levantaron temprano después de una semana de lo que sea que les haya pasado bueno o malo, pero cansados eso es seguro. Me fui, la mayoría eran árabes, y los árabes a mi no me gustan. Una francesa me trato mal, los árabes me miraban mal tratando de adivinar cual era mi nacionalidad, ellos piensan que todas las mujeres se interesan en ellos, mexicanos esquivos, africanos racistas, estudiantes perdidos,  y estudiantes impuntuales. Una chica mexicana que trabajaba en el centro de ayuda, me guió, y después me asesoró, faltaban más papeles. ¿Cómo es que siempre faltan papeles? No me moleste, tenía que llevarlos, volver y entregarlos, ni sabía cómo los iba a conseguir, la mitad de cosas de esa lista son imposibles, pero eso lo pensaría más adelante, por ahora era que había ido y eso era suficiente para mi pobre tranquilidad. Déjenme respirar pensaba yo, mientras el celador me sonreía abriendome la puerta, y al salir a la calle por un mes pensaría cómo conseguir los papeles que faltaban, pensar, pensar, pensar y pensar. Solo pensar. Hacer. Equivocarse. Volver a pensar. Esa era mi vida.

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