Comencé a subir las escaleras buscando puerta por puerta el apartamento. Los franceses tienen todo marcado con sus apellidos y nombres, nunca usan los números para casi nada. Yo esperaba lo peor, pero ya me las arreglaría como de costumbre, cuando paso lo inimaginable, la imagen que yo tenia en mi mente mientras caminaba era de una niña malcriada. Pero este no era el caso. Una familia feliz y un gato celoso de tres colores.
La madre era rubia, ojos azules y piel morena. Amaba ese contraste. Dos niños felices y respetuosos. Que trataban de ganarse mi atención mientras yo hablaba con la mama en francés. Ella adoraba el español tanto que no dejaba de decirme lo difícil que ha sido estudiar esa lengua después del trabajo, que pasaban vacaciones en Salamanca, y que los niños no entendían nada, y que ella muchas veces tampoco pero por vergüenza no lo admitía, Lisa tiene 8 años, hace natación sincronizada, va la escuela y el amor de su vida es Harry Potter. Tanto lo ama, que tiene las varitas y el disfraz de Hermione. Se lo colocó de inmediato. Yo estaba sorprendida del parecido extraordinario de ella con mi hija. Yo no soy madre, pero tengo una hija dentro de mi mente, que vive en mis recuerdos. Ver a Lisa era como ver a mi hija con 8 años, el parecido físico era impresionante, el perfil, el color de los ojos, la piel, la contextura, la timidez, la risa, la emoción y el amor a Harry Potter. Dudé. Esta niña era real, si lo era. Pero como era posible que fuera tan exacta a todo lo que yo había imaginado por tantos años, es que eran casi diez años imaginando a una persona, yo sabia muchas cosas que iban a pasar en el futuro. Pero esto era maravilloso. Magnifico. Era como viajar diecisiete años más adelante.
Lisa me miraba feliz, diciéndome que le encantaba el cabello rojo, que había visto mis fotos y estaba muy sorprendida, hablaba en un francés nativo precioso, la voz era bellísima. La madre trataba de motivarla a hablar español, pero su timidez a quedar en ridículo frente a mí no la dejaba pronunciar ni una sola palabra. Los ojos más grises que yo haya podido encontrar en toda mi vida, más grises que la melancolía de un cielo en París durante el invierno, más grises que robar dos trozos de luna y regalarlos a un cisne. El cabello era café oscuro, liso, como las paginas de los libros que tanto amaba. Los dientes separados, con los defectos propios de la niñez, los labios rojos, la piel blanca que tienen casi todos los niños de esa región en Europa, y la mirada despierta, con esa inocencia que revela de inmediato que los amargos dolores de la vida no a tocado su alma todavía, esa inocencia del ser humano cuando es joven y cree que todo es como se lo imagina. Hermosa. Perfecta. Era mi hija, yo estaba en frente de mi hija, era increíble iba a saber como seria mi hija a los ocho años, como iba a cantar, a reír, a hablar, a caminar, a gritar, a equivocarse, a sentir rabia, todo lo podía ver en Lisa, esta pequeña tenia una vida muy francesa, pero, que nuestras vidas se entrelazarán tan repentinamente no era ninguna casualidad. Esta niña era especial. Con ella, yo iba aprender muchas cosas que solo podía imaginar hasta el momento. Lisa se convertiría en uno de mis recuerdos más felices, sin duda.