Me había levantado con un trabajo muy difícil, había luchado cada mañana por aprender a madrugar, cosa que en realidad jamás me gustó. Nunca pensé que ese defecto fuera tan importante a la hora de enfrentarse al mundo. Tenía claro que lo primero que les iba a enseñar a mis hijos era a madrugar, porque quería evitarles todos estos inconvenientes que yo sufría cada mañana y lo peor era la cantidad de alarmas que yo tenia que escuchar para poder salir de la cama. No recuerdo nada mientras caminaba, todo era igual, las casas, el cielo magnífico, el dolor de los pies, el peso de la mochila y el frió que me congelaba las manos. Pensaba todas las mañana en el futuro, sin falta, en el futuro. Abrí la puerta del edificio en donde tendría clases ese día, resignada, porque estaba planeando dormir después de salir de clases, estaba cansada de leer, y traducir, y entregar tareas y trabajos, la esclavitud de la disciplina cuesta mucho por pulir. Pero bueno, ahí estaba yo. Otro día más entre los franceses "tan queridos." Llegué primero, varias veces había sido la primera, así que me acerqué a la ventana y miraba a las personas en la ciudad caminar, comencé a imaginar, imaginar me calienta un poco y hacia bastante frió. Una a una escuchaba las voces de los chicos que tenían mi misma clase, entusiasmados por el festival de la música que estaba por toda Francia, una de sus fiestas más importantes, donde todos los artistas regalan conciertos, y hay boletas por montones, es emocionante. Los chicos me miraban, me saludaban y se sentaban, el salón se completo. Yo solo quería que el tiempo pasara volando. No quería sino dormir cuando llegara a mi cuarto además me dolían los pies. Comenzó la clase. Puntualmente como cada día.
-Tengo que entregarles sus trabajos, ayer estuve leyéndolos..- comenzó el profesor a hablar. A mi me daba igual por dentro porque sabia que no me había ido mal, pero tampoco súper bien, yo pasaba con una nota segura. Trataré de no ponerme nerviosa cuando me lo entreguen, quiero descansar.
-Ana, voy a leer tu trabajo en frente de toda la clase..-terminó el profesor diciendo. ¡Valgame Dios!, pero que está pasando, y porque, ni me acordé que había escrito, quedé en blanco, no sabia si me iba a tratar mal o bien. Los franceses tiene una manera muy particular se hacer sentir mal a las personas sin que uno vea venir el sablazo. Escuché con atención para recordar que había escrito. Terminó de leer. Lo miré preocupada, estaba preparada para la crítica no me iba a dejar desfallecer por él ni por nadie.
-Este es el mejor trabajo que he leído, escribes mejor que muchos franceses tengo que admitir, y que imaginación, me gusto tanto que lo leí en la sala de profesores...- comenzó a aplaudir y todo el salón comenzó a aplaudir inmediatamente. Me veía tranquila y orgullosa, pero en realidad esas palabras me llegaron muy hondo. Yo no podía creer que aquí, en Europa tuviera un reconocimiento tan pronto no habían pasado ni seis meses, en realidad me aprecia impensable, ni yo me creía tan genial para lograrlo a la primera. Pero así fue, así lo quiso Dios, el aplauso fue de reconocimiento por un trabajo original, me impresionaba de sobremanera como esta cultura apreciaba poco a poco lo que yo hacia. Ese aplauso y esa mirada de orgullo de ese profesor se quedarán para siempre en mi memoria, entre los recuerdos más felices de mis años gloriosos y dolorosos.