06 Jan
06Jan

Me sequé las lagrimas con la camiseta que decía Canadá. Era la madrugada, y ha esa hora nada se ve bien. Todo me llevaba a la locura, quería saltar de la cama como si fuera un precipicio. Miraba la ventana, estaba paralizada inventándome excusas para no salir en la mañana a la prefectura, ese era el destino que había estado mordiéndome los talones desde que me bajé del avión en Europa. No hubo un solo dia que no pensara en esa mañana. Abrí los ojos. 8:00h. Tenia miedo, respirar me dolía. Llamé a Sandy en un intento desesperado por encontrar calma en esa tempestad. Me vestí lo más formal que pude. Salí. Me temblaban las piernas, pero seguía caminando. Llegué a lo que sería el edificio más importante de la ciudad. Allí estaba imponente, bautizado con uno de los eventos más importantes de la historia de Francia. Yo temblaba por dentro. Entre armada de fotocopias, una tableta y mi inteligencia. Jugaba ajedrez contra el gobierno francés y me tocaba mover. Cruce las rejas, vi a los policías que custodiaban el edificio. Se abrieron las puertas eléctricas, dos colores, tres oficinas, el aire acondicionado, estaba excepcionalmente limpio el piso y algunos niños árabes jugando sobre el mármol. Respiré, no sabia donde tenia que estar. Me senté para analizar qué estaba pasando alrededor. A mi derecha la recepción, mujeres serias mirando pasaportes, hombres escribiendo sobre certificados oficiales, en frente de esas dos oficinas estaban claramente las familias, los niños, las personas que no pertenecían a Francia, y yo estaba entre ellos. Las caras de todos disimulando tranquilidad, pero el ambiente es bastante frió y los trabajadores oficiales saben bien que las personas están fingiendo. Sillas metálicas minimalistas, un muro en concreto con la mujer emblemática de Francia en una placa tallada en vidrio, que la dibujan hasta en el papel higiénico, allí estaba a mi izquierda, con el lema clarito de: Libertad, igualdad y fraternidad. Brillando con luz artificial en plena tarde. Lo cierto es que en esa sala se respiraban todas las emociones, excepto esas tres. El aire acondicionado me enfriaba las manos. Continué observando, miré el techo, encontré los relojes, había uno análogo y otro digital, me detuve en el digital, había llegado una hora antes. Eso me quitó gran parte de los nervios. La gente a mi alrededor también estaba esperando. Metí la mano en mi mochila, había olvidado el lapicero, vi la imagen en mi mente del escritorio con una maleta repleta de lapiceros. ¿Mierda, y con que voy a llenar el cuestionario? OK. VAMOS A SALIR. Cerré la mochila, y muy tranquilamente, salí como si todo hubiera terminado. Compré un lapicero, y decidí ingresar lo mas rápido posible. Cada minuto contaba. Me senté, y comenzó un espectáculo mucho más emocionante que el Circo del Sol. Habían dos chicas muy jóvenes en la primera fila, muy mal vestidas, hablaban en francés y se mostraban fotocopias una a la otra con ese afán de confirmarse a si mismas que todo va salir bien, orgullosas sin duda de estar haciendo todo solas por primera vez, después estaba un investigador con su esposa hablando de sus hijos, a mi lado estaba un chico de color que estaba muy bien vestido y miraba hacia el frente, gire hacia atrás, estaba repleto de personas despeinadas o envueltas en mantos. Otras nacionalidades y mas árabes. Pronto comenzaron a llamar por orden de lista, me di cuenta de que las madres árabes se llevan a sus hijos a esas entrevistas tan incómodas para ablandar a los estrictos franceses. La madre se sienta frente a la cabina e inmediatamente llama a su hija, la niña se para enfrente del vidrio como un escudo. Muy buena estrategia, pensé. Nosotros somos los estudiantes y los investigadores, ellos piden asilo. Pero hay que jugársela con lo que sea para que te aprueben lo que sea que buscas. Porque si no lo intentas con lo que sea que se te ocurra, esa oportunidad se la van a dar a otro. Me llamaron, yo era la primera de la lista de estudiantes. La mujer me habló suave, comenzó a pedirme papeles, toda la lista en orden y uno por uno. Me hacía preguntas de si y no. Tú no sabes si vas a terminar odiando o amando a esa persona. Ella era completamente seria, no mostraba ninguna emoción, su cabello era perfecto, su línea de ojos era precisa, esta mujer iba a seguir el protocolo, sin excepciones, pensé. Yo mantenía la boca lo más cerrada posible, la miraba a los ojos sin vacilar, no fingía ser amable, solo me estaba reprimiendo. Ella bajó la mirada y yo dejé de respirar en ese momento. Me señaló un número en el contrato de trabajo, no supe contestar. Solo movía la cabeza. Me reprimí lo mas que pude. Ella llamo a la segunda persona que recibe entrevistas. Una anciana cruel, que de seguro pasaba las navidades sola, que se levantaba todas las mañanas solo para darle de comer al gato y para quejarse de los dolores en la cadera que seguro debe tener, una anciana que miraba a todo el mundo con rabia. La anciana francesa se colocó las gafas, leyó mi contrato de trabajo y en segundos lo dejó sobre el escritorio, le dijo a gritos a la joven "Ella es CDI ella no tiene problemas con su salario.." la joven le señaló el número, pero la anciana con un gesto en los labios le refutó "Eso no es un problema" hablo entre dientes y se fue a su cabina. No me estaba salvando, estaba furiosa porque la hizo levantar por nada. La joven avergonzada, me miró y me dijo que solo cumplía con el protocolo. Continuamos, me pregunto por la universidad, dije exactamente lo mismo que me había dicho Sandy que dijera dos horas antes ni más ni menos. Cerré la boca. Me dijo que saliera y que iba a llamarme después. La persona de color siguió. Una de las jóvenes me pregunto que si tenía un lapicero. No abrí la boca. Me senté. El tiempo más largo de toda mi vida, quería salir de ahí, estaba desesperada por salir, había gente que se iba, y rápidamente me di cuenta de que era porque había algo mal con sus papeles y eran rechazados, entonces quise quedarme. Comencé a leer. Leía una y otra vez la misma página. No era capaz de seguir el orden de las páginas de ese pequeño libro verde que siempre llevo en mi mochila. Acariciaba las páginas. Yo quería irme. Miraba las letras y no podía leer, repetía oraciones una y otra vez. El libro despertaba la tranquilidad en los empleados franceses porque para ellos es lógico que alguien lea mientras espera, pero inevitablemente les causaba curiosidad ver a un extranjero no-árabe, leyendo, lo cierto es que nadie más había empacado un libro, eso es muy francés. Me llamaron. Caminé con el libro en las manos, me hicieron seguir de nuevo a la pequeña oficina blanca. Dejé el libro en mis piernas acompañándome, me ordenaron colocar las huellas, me ordenaron firmar. Firme unas diez veces. Salí, con una pequeña hoja blanca. Era esa hoja lo que me atormentaba, esa fue la razón de tantas preguntas en las mañanas, y de tantos desvelos por las noches, de lloradas, del miedo, de todos los dolores que aparecían y desaparecían en mi espalda, de caminatas demasiado largas, de responsabilidades, de llamadas perdidas, del frió, de los escalofríos, de todas las veces que no encontré la respuesta y tuve que inventarla. De todas las veces que perdí. No mire a nadie. Caminé muy lejos de ahí, el sol me caía en la espalda, Cuando llegué a una esquina, deje la mochila en un pórtico sobre las escaleras, y sonreí para mi, por un día mi felicidad fue completa, y lo celebré como se celebra en Francia: Compré un montón de libros.

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