Los reyes hablan entre ellos, y me miran:
"Ana, vamos a quebrarte las esperanzas una por una, hasta que asciendas"
Me susurraban.
En cuanto pude mantenerme en pie fui bautizada en el noble arte del combate, me enseñaron a no retirarme jamás, a no rendirme jamás, a que morir en el campo de batalla al servicio de mis pasiones era la mayor gloria que podía alcanzar en vida. Fui apartada del palacio y fui sumergida en un mundo de violencia, se me obligó a luchar, a pasar hambre, se me obligaba a robar y si era necesario a matar. Castigada a golpes de vara y látigo me enseñaron a no mostrar dolor, ni piedad. Me ponían a prueba continuamente y me abandonaban a mi suerte dejaban que midiera mi ingenio y determinación con la furia de la naturaleza, esa era mi iniciación. Así es como la niña que habían dado por muerta regresa, como un rey. Ahora igual que entonces una bestia se aproxima, paciente y confiada saboreando el olor del inminente bocado para erradicar del mundo toda esperanza de razón y de justicia. Los hombres dan por hecho que las amenazas usadas con otras mujeres funcionaran conmigo, son maleducados y groseros, pero mi corazón es la cuna de la devoción más grande, soy una mujer que está dispuesta luchar y a morir nada más que por lealtad a si misma. Los hombres no han entendido que yo no soy una mujer cualquiera. Mi ferocidad sólo es superada por mi belleza y mi belleza solo es igualada por la devoción a mi propia vida. Nadie puede ponerme un precio en la frente. Hago lo que debo hacer para defender lo que amo. Puedo aguantar pérdidas, semanas, meses y años si es preciso. Pero no cederé, moriré defendiendo mi vida. Los reyes me susurraban:
"Tened esto bien presente el mejor momento de un hombre, es ese momento en el que ha luchado con toda el alma y yace sin vida en el campo de batalla, victorioso."