16 Aug
16Aug

El ipod suffle blanco canadiense lo guardaba en mi bolsillo, la revelación de cargarlo de música era lo único que me motivaba a ir a las molestas clases de la universidad. Me iba y regresaba caminando, se me había olvidado que en Colombia caminar es sinónimo de robo, no lo recordaba, allá siempre tuve que recordar en qué calles podrían robarme. Es algo muy latinoamericano, es decir ridículo. Pero así era. Y así aun es.

Mientras caminaba miraba el cielo, las casas y los postes de luz. Me gustaba imaginar que me iría a otro país, era mi película mental favorita, saber que todo eso que era una realidad pero que un día iba a dejar de serlo, todos esos agobios colombianos un día simplemente yo los olvidaría sin ningún esfuerzo, porque no tenían relevancia alguna, eran esos paisajes los que tenían que recordarme a mi, no yo a ellos.

Si era bastante altanera pero tenía razón, eso iba a pasar pero no en ese momento, no esta tarde, alli todavía faltaría mucho tiempo para que pasara, en Colombia yo solo pedía una cosa, irme del país, irme lejos, lo pedía en cada iglesia que visitaba, y en cada vela que sople de cumpleaños. Irme era el deseo mejor guardado que tenía, tal vez hasta una obsesión, pero supongo que así se manifiesta el destino, tarde o temprano en el fondo y sin saber porque yo terminaría dejando esas calles atrás. 

Dejaría atrás todos esos problemas familiares con los que tuve que cargar desde que nací, dejaría atrás las navidades en las que nunca me sentía parte de nada, dejaría atrás las miradas de desprecio de mi madre, dejaría atrás las mentiras interminables de mi padre, dejara atrás el olvido en el que me tenia sumergida mi familia, dejaría atrás todos esos tipos con los que salí en donde no había nada extraordinario, dejaría atrás la hipocresía de la gente que no me apareció por quien yo era en realidad, dejaría atrás a los falsos, dejaría atrás las llegadas tarde, los trancones sin sentido, la falta de tolerancia, el ruido, los robos de celulares, los titulares sangrientos, los malos conductores, las eternas conversaciones de fútbol, el ruido, si otra vez porque detesto el ruido, dejaría atrás sobre todo una vida que nunca quise para mi, una vida que yo no me merecía, que nadie merece, una realidad que nunca me gustó, que me tocó aceptar a los golpes.

Yo valoro todo lo que tengo hoy porque no olvido lo mal que me sentí en el pasado, y lo duro que fue llegar hasta aquí. Esto no fue ningún premio, fue el final de una lucha.

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