Veo a mi abuela tratando de bajar guayabas de un árbol. La brisa hace mover mi cabello hasta mis labios. Siempre me gusto tener el cabello en los labios. Mis primos eran todos unos niñitos pequeños esa tarde fresca en la que parecía que iba a llover, siempre hay nubes en mi niñez, los veo a todos desde el auto. Las salidas con mi abuela eran hacía un bosquecito, una finca escondida lejos de la ciudad, lejos de las tareas y de la escuela también.
Tal vez el único lugar donde yo podía descansar de todo. Me gustaba ponerme el vestido de baño y nadar, nadar era como volar, siempre nadar me ha hecho feliz, tal vez sea porque en la niñez lo hice demasiadas veces. La bolsa de panes, las empanadas y los bombombunes los repartía mi abuela, ella siempre se le ha dado muy bien repartir la comida. Cosa que yo no heredé de ninguna forma. Cuando nos íbamos a irnos, mis primos y yo tratábamos de perseguir a las gallinas y comer guayabas. Ahora que lo pienso creo que mi abuela fue un personaje muy pintoresco para las pocas personas que la conocían, era una abuela con cinco niños. Cinco niños insoportables. Cinco niños que por algunos años fueron su equipo de aventuras para afrontar la vejez, una vejez que nunca pudo aceptar y que odio siempre en secreto.
Irnos en el auto con la abuela era nuestro pan de cada día. Era nuestra búsqueda de la aventura. Recuerdo poder ver muchos atardeceres en auto con mis primos durmiendo y mi abuela manejando mientras yo me comía un roscón con arequipe.
Ver a mi abuela a los ojos, era ver una vida llena de satisfacción, era ver a una persona que nunca lo tuvo todo, feliz.