21 Mar
21Mar

La leyes del imperio del Norte eran todas tan claras como los manantiales de las montañas que rodeaban el continente más antiguo. Pero hubo una época en el mundo, en que el mundo tuvo que cambiar para mal y para bien. Con la partida de Issa el año siguiente al reinado de Ana se terminó la tranquilidad en los países centrales, la vida de los hombres era suficientemente mala desde hace milenios, con las enfermedades, la contaminación, la vejez, la muerte, la desesperanza, la injusticia, el hambre, las guerras, y la tristeza. El mundo resistía como podía mantener al hombre y todos sus males dentro de sus entrañas. Pero Ana sería una emperatriz angustiantemente diferente, no seria tan fácilmente olvidada por el imperio como las otras de su dinastía, parecía que el destino la había guiado hasta el poder por alguna misteriosa razón, la había elegido y la había sentado en el trono bajo el mismo sol. 

Cerca del palacio los niños jugaban entre las flores de los jardines, recogiendo los pétalos de los cerezos que caían para recibir la primavera, los niños reales se amontonaban para recogerlos y guardarlos en sus bolsillos. Ana jugaba con sus otros veintidós hermanos era una de las tradiciones del palacio, las madres escuchaban a los pequeños reír de emoción mientras descansaban en el pasto o bañándose en los estanques cerca de las estatuas, otras tocaban instrumentos musicales recostadas en las arboles. La escena era digna de una pintura impresionista. Pero esa mañana, uno de los hermanos mayores de Ana la tumbo al suelo para quitarle los pétalos que traía escondidos en los bolsillos de su vestido.

-¡Dámelos!

-¡No son tuyos ahora son míos, quien los tiene ahora soy yo hermana!

-¡Son míos! ¡eres un mentiroso! ¡devuélvemelos!

-¡No voy a devolverte nada, son míos!

Ana se lanzo a toda prisa sobre el niño delgado para tumbarlo al suelo por rabia de haber sido roba tan injustamente. Pero su hermano había practicado peleas infantiles con otros pequeños y logró acumular algo de experiencia para empujarla de nuevo al suelo. Ella se levantó y trato de morderle el brazo, pero su hermano la empujo con sus dos manos nuevamente.

-¡Cuando seas mi esposa vas a tener muchos problemas si haces eso, vete de aquí, cuando crezca te haré muy pocas veces el amor porque eres como lagartija que siempre quiere morder!

Los otros pequeños se rieron. Las madres que sintieron que la paz se había detenido, llegaron a buscar a sus pequeños, las niñas y los niños se separaban cada uno corría hacia su propia madre. Excepto Ana que estaba tumbada en el suelo llorando pero fue buscada por su padre que la levanto del suelo mientras lloraba y se la llevo lejos del circulo de juegos junto con él. Ana terminó de llorar cuando llegaron a la alcoba de su padre, la recosto en la cama entre las sabanas de algodon dorado, bordadas en piedras preciosas minúsculas y sedas de marfil.

-¿Mi hija pero que tienes por dentro? ¿un guerrero revive en ti?- dijo el padre aplicándole un ungüento en los codos raspados de su hija pequeña.

-Él me quito mis pétalos, yo tenia muchos, pero no importa ¿Es verdad lo que dijo mi hermano dada, que tengo que casarme con él? ¿y hacer el amor con el? ¡no quiero hacer el amor con el dada!

El rey Issa no pudo contener la risa viendo la ingenuidad de su niña. 

-No, ni tú ni tu hermano van a casarse, y no creo que sepas muy bien que es hacer el amor mi hija.

-No quiero ser esposa de mi hermano, porque él va tener muchas esposas como pétalos y yo solo voy a tener un pétalo muy marchito que es él, luego me vas a pedir que seamos felices, él con muchos pétalos de colores y yo solo con uno solo, yo no creo que sea feliz dada solo con un pétalo sucio y roto.

Issa le escuchaba con atención. La niña se esforzaba por decirle algo que le preocupaba pero al mismo tiempo carece de vocabulario para describir sus sentimientos profundos.


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