Había sentido esa horrible música estridente que mi abuela coloca en la sala sin saber porqué. Comencé a escuchar esa pólvora sin colores ni figuras que usan algunos para hacer ruido en Colombia porque están felices de que sea navidad. Los colombianos son ruidosos cuando están contentos. La cuadra donde crecí siempre tiene música el día antes y después de navidad, la gente sale y pone sus faroles con luces de colores luego se sientan a hablar allí afuera con las sillas del comedor, muchas veces puedes ver a los abuelos con los nietos y al perro de la casa.
Mi abuela pasaba por los cuartos avisando para que nos empezáramos a bañar porque iba siendo la hora, en casa, que es más bien un hotel de lujo, la familia solía dividirse entre los viejos y los jóvenes, los viejos por su basta experiencia en el manejo del tiempo saben arreglarse sin imprevistos. Pero con los jóvenes, la cosa no es tan sencilla y se complica mucho más. Había que pedir turno para el baño, separar toallas, demorarse poco, las mujeres se cepillaban el cabello y se maquillaban entre los gritos del primero al segundo piso.
Yo siempre me encontraba en el balcón. Me gustaba ver el panorama de nuestra calle, escuchar las voces de los vecinos, sentir el cielo sin nubes, mirar donde estaba nuestro perro caminando y las luces encendidas pero sobre todo buscar un lugar en toda la casona en el que no hubiera nadie.
¡ANA MARIA VAYA ARREGLESE DE POR DIOS! -gritaba mi abuela al encontrarme siempre en pijama cuando eran las seis de la tarde del veinticuatro de diciembre.
Mi abuela es quizás la persona que más paciencia me ha tenido durante la vida. Porque sin exagerar soy la mas jodida de los diez nietos que tuvo, y la primera. A mi la navidad me gusta mucho, pero para los genios las cosas nunca son fáciles cuando se trata de integrarse a una familia. Lo cierto es que mientras me encerraba en el baño para darme una ducha, lo único que pensaba era que se terminara rápido diciembre.