Ella lo miró. Estaba tan vacía que toda la noche podía entrar en sus labios. Los viejos dioses se acercaron en silencio, al final la pelea había terminado, ella había perdido la razón agonizando y gemía como un animal herido, él se sentía muy lejos de poder salvarla, los sollozos de ambos despertaron a los nuevos dioses, todo había terminado como comenzó, en una noche fría.
La mujer estaba inmóvil mirándolo. La tomaron de los brazos y se la llevaron lentamente. La mujer lo miraba sobre el hombro, mientras los dioses la alejaban de él, los llantos se evaporan, el silencio reinaba entre las miradas ausentes. Ella lo miraba como si el mundo se estuviera acabando a sus espaldas, una mirada de hojas caídas, sus ojos eran una botella que se rompe en el mar. Quería gritar su nombre, pero no tenía voz. No se resistió, dejó que se la llevaran.
Él llevaba el naufragio en los ojos, el cansancio de las noches en vela, el hambre que lo bautizaba por dentro, las monedas de oro que apretaba con rabia en sus manos, el deseo calcinante, el miedo escondido en los dientes, el dolor de las guerras perdidas, guardó silencio y se resigno a perderla.
Él apartó la mirada. Ella no dejo de mirarlo. Hasta que se cerró la puerta.