14 Jun
14Jun

También me siento como una mamá cuando alguna veinteañera se queja de lo difícil que está el mercado y de sus deseos de morir por cuenta de un desamor (ojo, ya digo desamor) y yo pienso que no es el fin del mundo, pues a los treinta el fin del mundo viene en forma de pago de impuestos y colon irritable.

Hoy, entonces, me voy a poner en el rol de una mamá. O, mejor, en el de una hermana mayor, para decirles a las veinteañeras que hoy tienen el corazón roto, que ya se les pasará. Lo digo porque hace algunos días una de ellas nos escribió a nuestro correo con su caso y me hizo recordar lo horrible que era estar en los veinte.

En los veinte, sobre todo en la primera mitad, todo lo referente al amor es incierto, nos estamos conociendo a nosotras mismas a través de nuestras relaciones románticas y sexuales, ellos suelen estar más asustados que nosotras, y ambos andamos tal desespero por vivir, que no hay tiempo para la reflexión.

Con 25 años, profesional y a puertas de terminar una maestría, creía que estaba todo controlado y superado. Pero al llegar aquel sujeto, ese que uno cataloga como "el que es" y te deja en medio de un río de lágrimas de quinceañera y con las defensas por el piso, te das cuenta de que en temas del amor no vale título alguno, ni madurez, ni los años. Todo se desbarata y entras de nuevo a un mundo que produce pánico y tristeza. Todo se oscurece y se rompe, nos escribió ella, muy elocuente y racional.

Yo estuve en charcos de mocos así. Muchas más veces de las que habría querido. Un par de ellos se desaparecieron (me hicieron el popular, miserable y kármico ghosting) y me dejaron en una tristeza y duda que solo pude superar con mucho llanto, soledad, fiesta borracha y con muchas otras cosas que luego tuve que confesarle a mi psicoanalista.

Hoy entiendo que estos momentos fueron parte de mi proceso. Gracias a ellos aprendí a conocerme, aprendí a conocerlos, entendí qué quiero para mi vida y qué no estoy dispuesta a tolerar. Y me prepararon para apreciar a esa persona que hoy es mi +1. Sin ese llanto, sin esos momentos en los que quería desaparecer de la tierra, seguramente no hubiera podido reconocerlo a él cuando llegó.

Una mamá colombiana cliché, de meme, diría mijita, no sufra. Esos desgraciados no merecen sus lágrimas. Yo, al contrario, les digo que sí, que lloren, que griten, que pataleen. Que si les da por acostarse con otro a lo Alejandra Guzmán, lo piensen muy bien y que si deciden hacerlo, usen condón, sepan que esto no soluciona mayor cosa y que enfrenten el día siguiente altivas y felices, con cero remordimientos que hagan la tusa peor.

También les recomiendo que cuando se les pase la fase de negación e ira, entren en una fase de reflexión que les permita dar un paso adelante: ¿qué estuvo mal? ¿es el mismo tipo de cretino en el que siempre me fijo? ¿pude haber hecho algo diferente? Las respuestas les permitirán dar un paso hacia la luz al final del túnel. De ese túnel que a los veinte está lleno de espinas, lodo y popó (a mis 35 ya no digo mierda); pero que una vez se supera se convierte en una bella anécdota con mucho potencial para hacer buenos chistes y repartir consejos cómo una aspirante a mamá sabia.

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