El viento parecía venir del norte.
Habíamos llegado a un lugar en medio del bosque, con arboles gigantescos, muchas hojas secas por todas partes y un pasto muy largo intensamente verde. El motor del auto se había detenido. Me quedé mirando hacia el frente atreves del vidrio polveado esa extraña maleza gigantesca que parecía llevar a otros caminos lejanos al nuestro.
-¡LLEGAMOS! -grito la abuela apretando el botón del cinturón y mirándome.
-¡YA LLEGAMOS NONA!- contestaban los cuatro niños sentados en el asiento de atrás del auto que no paraban de moverse, hablar, reírse y preguntar. Estos cuatro niños hicieron parte de mis vacaciones, mis navidades, mis años nuevos, mis cumpleaños, mis salidas a la calle, mis tardes de sol, mis días de lluvia, mis juegos, mis escondites, mis corridas por las escaleras, mis buenas ideas, mis malas ideas, mis peleas, mis tristezas, mis gritos, mis recuerdos, los recuerdos de una infancia muy lejana que transcurrió en otros tiempos, en otros lugares, en donde los primos de siempre ya no somos los mismos. Una infancia que tendría un inmenso valor para mi fuera a donde fuera, estuviera en donde estuviera, y pasará lo que pasará. Mi abuela cerró la puerta de un golpe, y los niños en seguida abrieron las puertas traseras del auto para salir libres con la alegría que estuvo encerrada con nosotros durante todo el viaje por carretera.
A mi siempre me tomo mas tiempo salir del auto, cogía despacio mi mochila junto con la toalla mientras la abuela sacaba del baúl otras toallas, juegos, zapatos, balones y los repartía, junto con claro, una bolsa de bombones y de panes que se había traído a escondidas de la casa. Lo primero que recuerdo al abrir la puerta es el silencio del lugar, siempre que llegábamos no había nadie más allí, no habían otros niños, el auto era el único auto y nuestra familia era la única familia. Recuerdo la voz de José corriendo hacia las piscinas dándole patadas a un balón, recuerdo que Sebastián corría para alcanzarlo con un trompo de madera en la mano, Carlos llevaba una toalla en el cuello y mi hermano llevaba una mochila, ellos iban corriendo para adelantársele a mi abuela que por supuesto siempre era la ultima en llegar a las piscinas, ella cerraba el baúl del auto, se metía un bombón a la boca, tomaba su mochila y se colgaba una toalla al hombro.
-¡ANA MARIA, VAMOS! ¿O SE VA QUEDAR AHI SOLA?-grito mi abuela mientras la brisa fría levantaba las hojas secas del suelo y las hacia bailar, hoy todavía, veinte años después recuerdo el sonido de una hoja seca bailando dentro de mi memoria. Cerré la puerta del copiloto, me colgué la mochila en los hombros, y comencé a caminar mas rápido hasta alcanzar a mi abuela que había emprendido la marcha por el sendero. Nosotras siempre hablábamos antes de llegar a las piscinas.
Mientras caminábamos por aquel sendero de pasto y tierra, mi abuela habla sobre las empanadas y las gaseosas, yo todavía escuchándola volteaba mi cabeza hacia atrás buscando a alguien, pero junto al auto no había nadie mas. Quizás era solo mi imaginación durante mi niñez, pero a veces sentía que había alguien mas detrás de nosotros mirándome, aunque no viera absolutamente nada detrás de mi. Allí, me veo marcharme con mi abuela y con mis cuatro primos pequeños hacia el final de una de las muchas mañanas y tardes que estarían llenas de una amistad tranquila y un amor verdadero. Como si el mundo fuera solo nadar, correr descalzos por el pasto, ver el cielo, sentir el sol, morder guayabas, perseguir a las gallinas, buscar un lago, sentarnos para reírnos y comer envueltos en toallas viejas mientras la brisa volvía a pasar y la abuela nos volvía a llevar a casa mientras dormíamos en el auto.
Me quede mirándome caminar. Veía como mi abuela y yo caminábamos hacia donde estaban los niños. Escuchaba sus gritos, sus voces y sus risas.
Sentí la brisa fría. Mirarme durante en esa época era conmovedor, no hubiera creído una sola palabra si me hubiesen dicho que me convertiría en lo que soy ahora, que lograría todo lo que he logrado, sin una familia feliz, sin tener dinero, sin haber leído todos los libros, sin tener todas las respuestas, sin tener todas las oportunidades, sin alma gemela, sin luz, a los golpes, corriendo por el barro, bajo la lluvia con ropa mojada, enferma en la cama, entre suspiros, despierta hasta la madrugada, con hambre, con frio, con rabia, asustada, pensativa, terriblemente perdida, angustiada, desilusionada, rota y profundamente sola. Esa niña es todo lo que he sido para llegar a sentirme quien soy, se me secaron las lagrimas en los aros en llamas que tuve que atravesar sin mirar hacia atrás durante mi vida para llegar a ser lo que debía ser, lo que desesperadamente deseaba ser, porque yo no era nadie, yo fui alguien para ellos, para esos cuatro niños y mi abuela, nunca he vuelto a sentir que alguien me mira ni por un segundo como nos miraba mi abuela a nosotros, a sus nietos, cada vez que nos escapábamos con ella a visitar ese lugar perdido en el bosque.
Pero allí estaba yo con treinta años parada en el mismo lugar junto al auto rojo, respirando el mismo aire frio, viéndome y viéndolos partir, como se fueron olvidando todas y cada una de esas tardes maravillosas en mi memoria.
Abuela te seguiré amando en esta vida y en las que tú no podrás estar conmigo, Ana.