04 Apr
04Apr

-Es mejor que te despidas de ella muchacho... Ellos se matan, Ana es miembro honorario de los que solo les importa el amor, y los miembros de ese club son aquellos que preparan café en la mañana, lavan los platos y se cortan una oreja, si, así como así, no necesitan pensarlo dos veces, no necesitan razones, ella no va a renunciar a ese deseo desquiciado, ellos no pueden renunciar a sentir esa droga, adoran estar enamorados si no lo están ellos se mueren, y esta mujer no quiere otra cosa, y si no la consigue aquí, irá a buscarla en el más allá, hazme caso muchacho lo que la mantiene con vida es solamente la fantasía de encontrarla, nada más, absolutamente nada más.

El joven quedo sumergido en las palabras del anciano que había emergido de la oscuridad. Le dirigió una mirada de sorpresa profunda y una duda escalofriante. 

-Mira ellos no entran en razón, porque no son como nosotros, ellos en verdad necesitan sentir que vuelan, que se incendian, que ven pasar una estrella fugaz en el balcón, que bailan bajo la lluvia, que pueden ser un milagro, que pueden desafiar el destino y cambiar lo que es imposible. Esta gente vive desafiando las probabilidades, les gusta vivir al borde de la pena, al borde de la felicidad, no hay un solo artista que no haya tenido una vida trágica. Todos muertos en historias terribles, en cárceles, en manicomios, en la miseria absoluta, en tinas llenas de agua con pistolas en la boca, en tumbas malditas llenas día y noche de flores, estas personas duran muy poco en este mundo, ¿Sabes porque? Porque son buenas, y el mundo no las perdona justamente por eso, al mundo le gusta que aquí vivan bastardos.

El anciano se acerco caminando un poco mas hacia el muchacho que lo miraba melancólico y triste.

-Así que haz te un favor y no cuides a alguien que la vida te va quitar de la peor forma y cuando le plazca. Ella tiene la marca, la marca de la locura escrita en la frente, y por mucho que la quieras, si ella no te ama, estas más jodido que este pavo asado relleno de  anchoas.

El anciano continuo su camino hasta el comedor, recogió las copas de cristal y las coloco en una bandeja de plata. Otros hombres llegaron en silencio a recoger el ostentoso banquete frio durante la noche. El sonido de las bandejas, los platos y los cristales era lo único que se escuchaba dentro de la mente de Alejandro mientras miraba al vacío sin pronunciar ni una sola palabra.

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