17 Apr


Estaba mirando por los ventanales del edificio a una pareja de palomas consintiéndose la una a la otra bajo un sol radiante y un cielo azul muy optimista.

Me quedé pensando. 

Poco a poco se me bajaron las lagrimas.

Decidí bajar las escaleras hasta los laboratorios, pasando por la oficina de mi jefe y su Mac encendido con música clásica a todo volumen, hasta llegar a mi cubículo. No me gustaba encontrarme con nadie, pero sobre todo no me gustaba encontrarme con esa compañera qué me doblaba la edad, y no dejaba de hablarme durante una hora de su hijo, un hombre que competía en un circuito de carreras, con esos autos de alta velocidad de los qué siempre fui completamente indiferente. Lo qué me molestaba no era que me hablará de su hijo, no, eso no, lo qué realmente me molestaba era qué hablará de su hijo como una agencia de publicidad para vendérmelo como un partidazo romántico.

Recuerdo qué me senté como si dejará caer en la silla el peso de una montaña llena de nieve, el escritorio siempre ordenado, todo el equipo y el instrumental organizado en secciones grises y azules, mi trabajo terminado, los implantes en sus modelos, y luego, mis ojos terminaron otra vez en el ventanal. La lluvia llegó. Recuerdo con increíble claridad las gotas haciendo sus caminos ondulantes y erráticos en el vidrio frio, las gotas resbalándose como las lagrimas de cien desconocidos, moviéndose de un lado a otro, haciendo qué el vidrio tuviera un alma y una vida. A veces pensaba qué la lluvia, bien podía ser, una colección de las lagrimas de cualquier cantidad de ciudadanos en el mundo, qué en ese día, como yo, también lloraron en el trabajo.

Me había encerrado en el baño de los laboratorios a llorar, y pensé mirándome al espejo mientras me secaba los ojos con el papel blanco:

¿Cuántas veces más en mi vida voy a tener que hacer esto?

Me despedí de los hombres de seguridad del edificio, me fui a Unicentro donde almorzaba sola. Un centro comercial, qué tenia Panamericana donde íbamos a mirar y buscar libros con Carolina, el Éxito, donde compré mi lonchera de Hello Kitty y mis medias, Inkanta donde compré mis agendas Moleskine, y claro Jennos Pizza donde pedía mi menú de siempre, en mi mesa de siempre, con mi mesera de siempre.

Todos los días era el mismo día.

Saliendo del centro comercial y esperando a qué me recogiera un auto se me bajaron las lagrimas en plena tormenta mientras hablaba por celular, y seguramente fue muy triste porque los hombres de seguridad me decían intrigados:

¿Señorita esta bien? ¿Le podemos ayudar?

Yo sonreí. Como suelo hacer cuando estoy totalmente desilusionada de la vida, esa falta de coordinación emocional, esa arritmia sentimental, ese sin sentido afectivo del que sufrí toda la vida, como estar en un momento lleno de tensión, o preocupación, o drama, o estrés y reírme, como estar llorando de la tristeza y sonreír, el festival del desconcierto, qué por alguna extraña razón vivía dentro de mi subconsciente.

En la noche camino a casa perdí las ganas de llorar.

Subiendo las escaleras del edificio recuerdo haber visto la bicicleta blanca del vecino mal parqueada. El mejor lugar que encuentran algunas personas para colocar sus cosas, es justamente, en las vías donde otros humanos necesitan transitar diariamente. Obstáculos, obstaculizar el camino de otros, hasta parece que fuera un mandamiento sagrado en alguna religión.

Metí la mano en el bolsillo para buscar las llaves y seguir subiendo las escaleras porqué el frio era insoportable. Tenia el uniforme azul y la bata blanca qué me hacían parecer un médico aunque yo no lo quisiera. Las encontré, tantos bolsillos para usar solo dos. Escuché las voces de dos mujeres en otros apartamentos, me angustie, no quería cruzarme con otro ser humano más de relleno o actores secundarios en mi vida durante esa noche, por piedad no, respire, mire las llaves para recordar cual era la correcta, tengo una extraña dislexia de llaves, casi siempre uso tres antes de llegar a la correcta. Abrí la puerta.

AH, EL ALIVIO, EL GLORIOSO ALIVIO DE ESTAR SOLO...

Dios como me hacia falta encerrarme el algún lugar donde hubiese silencio. Cerré la puerta blanca y tire las llaves. Lo primero que recuerdo es ver la biblioteca, los estantes en la pared negros con todos los libros, uno mas y eso se caía (risas), el piso reluciente y oscuro, luego recuerdo el sofá azul donde yo me la pasaba tirando el bolso y la bata, recuerdo mis maletas color manzana verde de esa marca canadiense con un caballito de mar. Recuerdo el escritorio, aaah si, los cajones llenos de todo tipo de marcadores con formas y colores diferentes, posttis, lapiceros, micropuntas, compas, resaltadores, pinturas, pinceles, acuarelas, cintas, cargadores, fotocopias, carpetas, hojas por todas partes, clips, apuntes, notas, agendas, el MacBook que no encendía, el Asus que si encendía, el kinddle descargado, un ramo de flores violetas, y el tablero lleno de "cosas para el futuro" "cosas por hacer" "esto es importante" "hay que recordar que..." en varios colores y con diferentes letras.

Me detuve un tiempo largo frente al escritorio y sonreí para mi misma porqué se me había ocurrido una nueva travesura. Borré todo lo que estaba escrito en el tablero desde hacia meses o años, y dibujé espontáneamente un zorro.

Sonreí de nuevo, y me fui a la cocina.

Carolina siempre dejaba la cocina hecha un desastre toda la semana, siempre habían platos, vasos y claro, tuppers, mi manía de ser incapaz de ignorar la entropía, me hacia lavar todos los platos y organizarlos de la forma más optima posible, dejando los favoritos en posiciones que fueran de fácil acceso y fácil organización, y los menos usados los organizaba lejos de la vista diaria, porqué yo no podía ver la cocina desorganizada por mucho tiempo, me volvería loca, bueno, más loca. La armonía es mi vicio.

Encendí el televisor.

Recuerdo que en esa época sólo colocaba MTV, para ver catfish y el programa de madre a los 16 años. Me serví un bolw de leche y cereal Flips, que era el favorito de Carolina y mío. Hubo una época en la que tuve que esconder la caja porque no había manera de que durara más de una semana (risas) Recordé qué había lavado mi colección de medias, y por alguna razón que no recuerdo, tuve una idea loquísima de usar ganchos de ropa y clips para poner las medias en el ventanal, si, los clips que se usan para sujetar las fotocopias, clips de colores, los clips servían para que no se cayeran a los otros pisos, y así quedaran bien sujetas las medias contra la brisa en el gancho, honestamente, parecía un trabajo para una galería de arte moderno. Extraño, pero estéticamente era atrayente, colorido y simétrico.

Carolina llegó.

Analicé su expresión mientras no sabia que la estaba mirando, su primer contacto visual fue hacia el ventanal. Claro, era lo único "raro" en todo el espacio. Asombro, análisis y sonrisa. Siento qué pensó "Omg, Ana esta medio loca, pero bueno eso siempre lo he sabido" Una resignación alegre a mis ideas extravagantes de como secar ropa más rápido de lunes a viernes. Recuerdo que me subí al mueble cerca del ventanal todavía con mi uniforme puesto y le dije:

 "¿Que tal? Ahora las medias se van a secar el doble de rápido, ah si, y lave todos lo platos sucios señorita desorden" 

Carolina no dijo nada solo soltó una risa de resignación, sabia que buscar explicaciones lógicas a mi comportamiento espontaneo era una batalla perdida o un misterio constante, ni yo sabia el porqué, y también sabia que regañarme era otra perdida de tiempo, porque nunca le hacia caso a nadie.

Caro siguió en silencio sonriendo extrañada buscando en sus pensamientos extraviados las cosas muy importantes en las que venia pensando camino a casa antes de cruzar la puerta y toparse con mi exposición de arte moderno casera, hasta que llego al escritorio y por fin exclamo:

"¡Ana! ¡borraste todo mi tablero! ¡que zorrito tan lindo! ¡me encanta! "

Carolina saco su iPhone y empezó a buscar la manera de hacerle una foto rápidamente al zorro para postearla en Twitter.

Recuerdo estar en la cama pensando qué debía forzarme a leer la versión de Don quijote que Carolina había comprado en Amazon, y qué según ella era un joya. Nunca fui particularmente devota a Cervantes, ni a Borges, ni a Cortázar, por supuesto qué si los leí, pero no los usaba para presumir en discusiones literarias, porqué sentía que ya tenían demasiados adeptos y fanáticos qué los parafraseaban muy mal. O bueno, personas qué clandestinamente usaban sus frases memorables para completar un mensaje de whatssapp rogandole a sus exes.

Yo siempre me deje seducir más por la literatura inglesa, para mi, los ingleses escriben increíblemente bien cualquier cosa que valga la pena sentirse. Sali de mi ensimismamiento porque me di cuenta de que la luz del escritorio seguía encendida y Carolina seguía despierta a la media noche. Su cara de frustración lo decía todo, su falta de disciplina para escribir los trabajos de la universidad, el desamparo de su mirada, y el desconcierto total de no poder avanzar mientras el tiempo si lo hacia.

Se dio cuenta de que yo me había despertado y comenzó a quejarse. Dándome las quejas de su vida, las cosas que sonaban una y otra vez en su cerebro cuando estaba sola, la escuché, la regañé, aunque quizás debí haber sido mucho más suave, si, mi culpa, yo fui mordaz, excesivamente critica para lo suave qué es Carolina, ah diablos, si tengo ese vicio de decir la verdad a veces sin pulirla, y me sentía peor porque ella solía creer lo que yo decía como si fuera una especie de profecía del Mar Muerto. Así que dije:

Bajemos por hamburguesas seguro todavía esta abierto, necesitas comer, eso todo. 

Caro amaba la comida chatarra tanto como yo así qué aceptaría de inmediato. Carolina dejó las fotocopias a una lado en el escritorio y cerró la laptop, buscamos las llaves, abrimos la puerta y salimos. Mi madre qué nunca faltaba a las misas tradicionales de Semana Santa, con muchísima frecuencia se encontraba con Carolina y su familia, es decir mi madre podía reconocer a Carolina por el tiempo excesivo que yo pasaba en su casa por las tardes cuando éramos niñas, mi madre iba a acompañada por mi familia a la iglesia, acepto por mi hermano y por mi qué no íbamos jamás. En esas oportunidades, mi madre solía acercarse a Caro para saludarla, y tener la conversación sobre "la vida de Ana María" una conversación que hacia sentir a Carolina sumamente incomoda, y Caro solía comentarme lo que ella le preguntaba, y de como ella no había revelado ninguna respuesta verdadera por evitar problemas conmigo.

Mi madre: Ana María a mi no me hace caso pero si tú hablas con ella puede qué cambie de opinión.

Carolina: No creo señora Cristina, Ana es muy diferente, ella siempre hace lo qué quiere. Yo no tengo ninguna influencia sobre Ana, no la puedo convencer, quizás el único que la puede convencer de algo es el novio de turno, pero incluso para los tipos es bastante difícil, Ana es muy diferente.

Mi madre quedaba desanimada de no poder manipular a Carolina y Carolina se sentía cansada de explicarme qué ella no había dicho nada sobre mi vida porque justamente lo que quería evitar era una discusión conmigo.

Carolina se estaba comiendo la hamburguesa mientras hablábamos de mi madre. Yo no dudaba de la lealtad de Caro, pero mi madre solía ser demasiado invasiva, trataba a Carolina como si fuera mi niñera, y Caro siempre ha sido una persona excesivamente complaciente con los demás. Recordé una vez qué llegué a su casa y tenia lista toda la serie de Evangelion en la computadora para que la viéramos juntas, cuando Carolina ni siquiera le gusta el Anime, y menos uno psicológicamente tan pesado como ese, pero como sabia que yo hablaba sobre esa serie quiso sorprenderme. Pero aunque me emocione mucho al llegar y verla en la computadora, me sentía muy mal de ver a Caro fuera de lugar por dos horas, sin entender nada, y con la atención dispersa, con cara de que "¿Qué carajos es esto?" "¿A Ana como le puede gustar esto?" Así que fingí que me había aburrido y la pause, le dije que mejor nos pusiéramos a hablar, a escuchar música, o a ver otra cosa que nos gustara a las dos, o sea cartoon network.

Mi relación con la madre de Carolina era muy diferente, siempre que llegaba me miraba intrigada y me saludaba, intrigada de que siempre se encontraba conmigo todas las tardes desde las 4:00pm hasta las 6:00pm casi siempre tres días de la semana. Carolina me revelo lo que decía su madre de mi.

"A mi Ana María me parece que se viste super bien, o sea siento que tiene muy buen gusto, tiene estilo, se viste diferente, pero me gustan mucho los accesorios y la ropa que se coloca." Termino de decir Carolina emocionada y agrego: A mi también me gusta como te vistes.


























Comments
* The email will not be published on the website.
I BUILT MY SITE FOR FREE USING