Mauricio fue el primer y único niño del kínder que me gustaba.
Yo tenia cuatro años.
El recuerdo es muy claro y muy brillante, sonaba la campana, salimos al recreo, todos los niños a mi alrededor corrían para ir hacia el parque de juegos. Un lugar lleno de prado recién cortado, con una cantidad de columpios, resbaladeros, llantas y túneles de colores.
Los niños corrían para llegar a los mejores juegos. Pero yo a diferencia de los demás, no tenia que competir.
Mauricio corría como un loco para llegar a los columpios rojos, dónde se empezaba "a columpiar" esperando a qué yo llegara. Era nuestro ritual. Yo disfrutaba ver a todos los niños correr mientras yo caminaba muy despacio con mi lonchera colgada al hombro y mi vestido azul. Mauricio, con el cabello corto y mal peinado, semi-pelirrojo y pecoso, blanco como las ostras del mar y sin dos dientes, mirando desde lejos me buscaba entre los niños y cuando me encontraba, sonreía.
Dia tras día su pregunta fue la misma:
-¿Quieres que te "columpee"Ana?
Dia tras día mi respuesta fue la misma:
-Si.
Dia tras día el ritual fue el mismo:
Yo me subía al columpio rojo, abría mi lonchera, destapaba mi paquete de papas, me comía una papita y le daba otra a Maurico en la boca. Lo adoraba, y es que para mi, no había otro como él.
Un día las profesoras decidieron organizar una actividad de danzas para presentar un baile en el mes de diciembre. La profesora entusiasmada dijo a todos los niños:
"Elijan una pareja para bailar"
Yo no tuve que pensar mucho, yo quería bailar con Mauricio. Me levanté de mi lugar, y empecé a caminar entre los demás hacia el lugar de Mauricio, pero cuando llegue Mauricio estaba tomado de la mano con otra niña de mi curso.
Me quede inmóvil. No lloré, no pelee, no grite, no hable, la tristeza fue profunda, lo único que escuchaba en mi mente fue:
"Yo pensé en ti ¿Por qué tú no pensaste en mi?"
La profesora me encontró sola y muy alegremente me tomó de la mano y me llevo con otro niño para bailar, un niño del qué francamente no me acuerdo. Bailamos una hora diariamente durante dos semanas y no recuerdo ni su nombre, ni su cara.
Sin embargo Mauricio fiel al ritual del recreo, me veía de lejos y me sonreía, pero yo no quise volver a los columpios rojos, ni a sonreirle, ni hablarle, ni a mirarlo. Me hice amiga de otras niñas y pasábamos el recreo en el cuarto de los juguetes, con peluches, muñecas, cocinitas, guitarras con pilas, rompecabezas, pelotas, cubos de colores y mucha plastilina.