-Ana
-¡Qué! ¡qué! ¡que pasó ahora!
-¿Qué te sucedió?
-Acabo de cocinar y se me cayó el plato al suelo con todo lo que preparé ¡al suelo! ¡al suelo lleno de bacterias! ¡al suelo en una maldita pandemia global!
Él me mira con ese gesto severo de frialdad, los ojos azules parecen rojos, camina al rededor de la cocina pero no deja de clavarme la mirada como si yo fuese una ficha en un tablero de ajedrez desprotegida.
-¿El plato de comida en el suelo es la razón de tanto drama? ¿el plato?
-Yo tenía hambre
-¿Y es que acaso no hay más comida en la casa?
-Yo quería comerme lo que había preparado en ese plato, es frustrante que ahora tenga que tirarlo todo a la basura como siempre, porque el virus, el virus de mierda, todo va a la basura, la comida, los papeles, las malas y buenas noticias, las personas, el amor, la vida de mierda, quiero golpearme con algo es que no me calmo, no me calmo, no me calmo, no me calmo, ¡no me calmo!
Él me ve agachada encolerizada recogiendo la comida con las manos, me tiemblan las manos de la rabia, me duele la espalda del estrés, siento rabia, rabia hacia todo el mundo, pero sobretodo hacia mí misma, me odio con tanta fuerza porque fui yo la que dejo caer el plato, y aunque el plato no se rompio, yo si, así que recojo el desastre y casi me lo como solo para castigarme, por un momento lo pienso, pienso que debería comerme ese maldito plato y con la lengua lamer el suelo, morder la madera hasta que me calme, castigarme por mi estupidez, porque el plato se cayó por que fui yo la que no tuvo atención por un segundo y siento que me merezco un castigo penoso y humillante impuesto de mi para mi para evitar que me suceda de nuevo, como clavarme un hierro caliente en la espalda, ya es suficiente con vivir como para que a uno se le caiga el plato de la comida a las siete de la mañana, no maldita sea no.
Él suspira y se agacha.
-Cómetelo
-¡Estas loco! ¡sabes cuántas bacterias hay en el suelo, todo lo que pisamos nosotros diariamente en todas partes de la ciudad y el gato que sabrá dios como va su vida y a dónde van esas cuatro patas a las tres de la mañana! Me río. Ah, el gato, por eso me gustan los gatos porque me gusta burlarme de ellos, me dan tanta risa, me río tanto con ellos, hasta pienso en ellos y me da risa. Gatos. Maravillosos seres.
Él se ríe, nos reímos. El gato no aparece en la cocina. Pero desaparece la rabia hacia el mundo cruel.
-No, no me lo voy a comer, lo voy a tirar, ya pasó, otros platos mejores vendrán a mi vida
-No quería que te lo comieras en serio, te lo dije para que te dieras cuenta lo ridículo que era tener que comertelo
-Si, es ridículo
-Creo que estas estresada por otra cosa diferente por eso se te cayó el plato ¿recuerdas en qué estabas pensando antes de que se te cayera al suelo?
Él tenia razón había algo detrás del capricho por la comida desparramada en el suelo, yo sabia en que estaba pensando antes del apocalipsis de la comida pero no podía decírselo era muy triste, muy grave y además por el momento no teníamos solución para eso que me aquejaba tanto, yo sabia que él muy poco podía hacer, y no valía la pena que empezáramos el día de esa manera, entonces dije:
-¿Que nos oculta el gato a las tres de la mañana?
Nos reímos otra vez. Él abrió el armario y sacó despacio otra sartén del cajón, y me dijo mirando hacia la estufa:
-Bota eso a la basura tout de suite, y pasame los ingredientes, yo voy a cocinarte lo que se te cayo linda.