La planta esta muerta.
La planta esta muerta y yo no pude recuperarme de su muerte en las siguientes 24 horas. Mi día se volvió un infierno interminable de improvisar una tras otra cosa por hacer para tratar de olvidarme que se había muerto la noche anterior, mientras yo estaba sumergida entre mis pensamientos nocturnos, por mi culpa, por que yo no pude escuchar sus gritos de auxilio, la planta cedió a la sed, a la soledad y se derrumbo dejando reposar su cabeza contra la tierra seca.
Me provocaba sacarme las lagrimas de los ojos y ponérselas en la maseta. Pero llorar no pude. Llorar no puedo. Desde que tengo esta nueva depresión no puedo llorar cuando necesito llorar.
Llorar se ha vuelto otro tormento, otra pesadilla, otro trabajo forzado.
La culpa comenzó a aumentar a tal grado, que mi cerebro como una maquina que se sobrecalienta por tratar de hacerme entender que no podía salvar la planta muerta, y totalmente incapaz de calmarme, me cambia las imágenes, y me sumerge en un recuerdo muy antiguo.
Dejo de tener 30 años.
Salgo del auto de mi padre a las dos de la tarde exactamente, quizás dos y media, me cuelgo la mochila roja al hombro, cierro la puerta y me despido subiendo las escaleras. Era un día soleado, miro los zapatos del uniforme, y meto la mano en mi bolsillo para buscar las llaves y abrir la puerta. Sé que estoy dentro de un recuerdo. Un recuerdo que viví cientos de veces a las dos y media de la tarde.
Mientras subo las escaleras no puedo evitar detallar el uniforme de la escuela, vaya que es horrible, yo tampoco era nada guapa en esa época, y tampoco hacia absolutamente nada por serlo. Nada más me importaba que llegar a casa. Sólo llegar.
Miro a través del ventanal y pienso: "No voy a poder ver esto un día, lo que parece ordinario, un día será especial" Y así fue, porque lo que estoy viendo es un recuerdo y no la realidad. Esa época ya no existe y la niña de catorce años melancólica, tampoco.
Entró a casa. A mi casa. Pero no es mi casa.
Aunque sé que no hay nadie, me detengo un momento y escucho el aire de la sala entrar por la ventana y tocar una melodía tranquila y dulce del adorno feng-shui que mi mama ha dejado colgado para alejar las malas energías. Camino mirando hacia el suelo y la puerta se cierra sola por el viento que se escapa. Levanto la mirada hacia el frente por el ruido de la enorme puerta al cerrarse y grito:
-¡Ya llegue!
Suspiro.
¿Por que siempre se me olvida que estoy sola por las tardes? Camino hasta mi cuarto, suelto la mochila, me saco la ropa, y voy al cuarto de la lavandería, lo dejo todo ahí, me detengo en la cocina, miro ese almuerzo mal hecho por esa empleada que no me convence en absoluto de acabar con mi hambre. Me preparo otra cosa como siempre, y mientras saco una gaseosa en lata de la nevera, abro la gaveta para buscar un vaso, y de pronto me encuentro con la colección de platos plásticos de Disney de mi hermano menor con dibujos de Tarzán, Toy Story, y otros personajes animados.
Sonrió levemente. Mi hermano menor. Andrés debe tener quizás en este recuerdo ocho años. El esta en la escuela ahora mismo, porque estudia por las tardes, lo imagino inmediatamente con el uniforme puesto y feliz, abriendo la puerta para sentarse conmigo en la sala. Jamás lo vi entrar ni una sola vez triste o cansado, siempre con sus ojos brillantes y sus pestañas larguísimas, siempre con una sonrisa, siempre emocionado de verme en casa al regresar.
Cierro la gaveta.
Ya no me importa el vaso, ni la gaseosa en lata, ni el almuerzo. Nada de esto es real. Yo no estoy aquí, esta ya no es mi casa, esta ya no es mi vida. Salgo de la cocina limpiándome las lagrimas, y vuelvo a escuchar esas campanillas sonando por la brisa en la sala, me tiro al sofá, dejo mi cabeza sobre el cojín y mis ojos se quedan en el techo. Yo no estoy aquí, yo estoy en frente de un portátil en Europa escribiendo esto porque se me murió una planta.
Me acomodo en el sofá y siento algo en mi espalda, se siente como un libro, debajo de mi piel estaba: Los ojos del perro siberiano. Yo me la pasaba leyendo este libro, es tristísimo, quizás por eso me gustaba tanto. Me lo sé de memoria no necesito volver a leerlo después de tantos años. Lo dejo sobre el cojín. Paso la mirada por las paredes, recuerdo los cuadros, recuerdo el sapo pescador totalmente surrealista que le compre a mi mama, las porcelanas medianas y pequeñas, que cantidad de cosas incoherentes había en esta sala, nada combina con nada, es todo un desorden de formas y de colores, se nota que no es mi casa. A mi me gusta que todo tenga sentido y orden.
Mis ojos se detienen en una porcelana de conejos con overoles jugando adentro en una canasta de con paja artificial. ¿Me pregunto si todavía estará la llave? Mi padre es un controlador compulsivo, y tenia el teléfono con llave, no en serio, compro un teléfono con llave para que nadie hiciera llamadas si él no lo permitía. Él siempre ha sentido que todos le mienten. Y es verdad. Me levanté, metí la mano en la canasta de porcelana y mientras buscaba con los dedos, sentí las dos llaves de metal a dentro. Sonreí, siempre supe donde había escondido las llaves pero jamás me dejé descubrir. Hay cosas que nunca cambian.
Camine hasta el teléfono de color verde oscuro y lo desbloquee con una de las llaves. Tome el auricular y probé si había algún tono, efectivamente había tono, así que era libre para llamar a quien yo quisiera.
Sin embargo, solo hay una persona en el mundo a la que quisiera llamar siempre: Carolina. Además, es el único teléfono fijo que me sé de memoria a parte claro del de mi abuela.
Marqué.
El teléfono comenzó a timbrar lentamente.
¿Pero que estoy haciendo? ¿Quién va contestar el teléfono? La casa de Carolina, ya no es la casa de Carolina, hace mucho se mudaron de ese edificio. Además, Carolina dejo de ser una niña de catorce años, probablemente a esta hora esta trabajando, si seguro que esta trabajando, y seguro también esta frente a un computador en alguna parte de América. Y es que bueno todos estamos la mayor parte del tiempo frente a una pantalla, somos la generación que vio la vida desde la pantalla del tamagochi hasta la pantalla del smartwach.
Suspiré.
El teléfono seguía sonando, y decidí colgar. En esa época Carolina siempre contestaba y hablábamos horas de no sé que, hablábamos tanto que yo tenia que tirarme al piso para aguantar dos horas de conversación haciendo toda clase de poses dignas de una clase de yoga para principiantes. Carolina nunca supo que a mi me tenían restringidas las llamadas telefónicas, jamás se lo dije, digo y de que hubiera servido, igual la iba a seguir llamando.
Miré el reloj, eran las tres y media de la tarde. Seguro si me quedaba mis padres llegarían en la noche y traerían comida de algún restaurante para la cena, tendría que hacer las tareas antes de las seis, bañarme, comer algo, y organizar el horario para mañana volver a comenzar el mismo loop.
Caminé hacia la ventana, vi la misma ciudad aburrida de siempre, nada interesante pasa aquí, tengo que volver a Europa, ahora hago parte de la vida de otros y mis problemas son otros, pero antes quiero ver a mi abuela. ¿Qué edad tiene la abuela ahora? ¿Qué año es este? Cierro los ojos y al abrirlos estoy en frente de la casa blanca con los autos estacionados en el garaje. Abrí la puerta y entré.
El olor del almuerzo me inundo la memoria y los perros ladrándome me alegraron más que molestarme.
-¡¿Quién llegó?! gritaba la abuela desde la sala.
-¡La nieta favorita! dije sin gritar demasiado mientras subía el ultimo escalón y veía a mi abuela cerca de la ventana tejiendo uno de sus trabajos de punto y cruz. Sonrió y se quito las gafas.
-¿Y tú que haces aquí? ¿tu papa sabe que viniste? ¿y la escuela?
-Salimos mas temprano, porque había reunión de padres de familia y decidí venir a verte. Si, él sabe que estoy aquí.
Me acerco, la abrazo y la beso como siempre, le digo que me muestre que esta bordando. La abrazo y la beso tanto en la cabeza hasta que me dice riéndose:
-¡Ya que me vas a gastar! ¡Ana Delia hágame el favor y sírvale el almuerzo a la niña que tiene hambre!
¿Niña? Bueno es que en este recuerdo tengo catorce años.
Ana Delia ya había servido el almuerzo en la mesa. Siempre hacia las cosas antes de que mi abuela se las pidiera. Camino de la sala hacia el comedor y abrazo a Ana, le beso la cabeza y ella se ríe.
-¡Coma que esta rico! me dice y me siento a comer lasaña. Los perros inmediatamente se me acercan silenciosos y se quedan en mis pies. Comienzo a cortar con los cubiertos la comida caliente mientras mi abuela habla, no escucho nada de lo que dice, me asombra como mi cerebro puede recrear tan bien cada detalle de esta casa enorme, desde la tela del mantel, los hielos en el jugo, el olor de la comida, la luz del sol tocando el suelo y las paredes, el cabello de mi abuela, las arrugas de Ana Delia cuando se ríe, el ladrido de los perros y sus ojos tiernos.
-¿Y esta que hace aquí?
Esa voz, la mejor voz, Kike todavía vivía en esta casa porque no había terminado la universidad aun, ambos nos llevábamos muy bien, incluso hasta la actualidad, teníamos los mismos gustos a pesar de que Kike es mucho mayor que yo, sin embargo somos totalmente compatibles como un hermano mayor y una hermana menor sustitutos. Mientras todos estaban en Canadá, Kike había vuelto porque odiaba el frio, las alergias y a la tía Mary.
-Hola niña que habla hasta por los codos, espero que te vayas para Canadá pronto, quiero un descanso de ti de forma permanente.
Sonreí. Así era él exactamente, que impecable trabajo el de mis neuronas.
-Si, ya sabes que ningún otro país me soporta.
-...Hasta ahí llego la tranquilidad en Quebec y en Lavaltrie.
La abuela y yo nos reímos a carcajadas. El sentido del humor de Kike seguía siendo maravilloso incluso en esa época. Adorábamos jugar a que nos llevábamos mal, pero era todo lo contrario, nos llevabamos maravillosamente bien, jamás tuvimos ni una sola pelea, nos queríamos realmente, ese hombre hizo de mi la persona mas cool del cosmos. Desde los juegos de video, la playstation, el windows 98, las buenas peliculas, las buenas series, el acuario, el hamster, la obsesión con el ingles, el total fanatismo a lord fo the rings y a todas las sagas de fantasía existentes, a los libros, a la pizza a la media noche, al cine, a hacer velas decorativas, los inciensos, a los perros, a dormir todo el día y a vivir siendo diferente. Ese hombre fue la mejor parte de mi universo por muchos años, hasta que Francia metió la cucharada en mi vida, como siempre. Las señales estuvieron ahí en frente de mis narices pero yo no fui capaz de verlas por mi poca comprensión sobre la vida humana.
Pause el recuerdo.
Kike quedo con los ojos cerrados, mi abuela sonriendo y Ana acariciando a uno de los perros que tenia la cabeza en sus piernas. Me levante de la mesa sin terminar la lasaña porque ya era hora de volver a mi realidad. Miré a la abuela, le acaricie la mano con sus anillos de oro puestos, cerré los ojos, y en frente del portátil encendido se me bajaron las lagrimas.
Muchos años después estaba de vuelta en Europa. Al fin llorando por una planta que se me había muerto.
Francia metería la cucharada en mi vida como siempre lo ha hecho. Yo no elegi Francia a mi Francia me eligio.